Recuperando metáforas femeninas en Dios
El lenguaje no sólo es una convención: Lo que no se nombra no existe y, por ello, tenemos que prestar especial cuidado a siglos de una teología que ha olvidado en su discurso lo femenino. Practicar una pastoral coeducativa implica repensar a Dios con equidad desde las metáforas femeninas y masculinas que nos describe la Escritura para revisar nuestra experiencia de espiritualidad:
“Ya antes de Jesús se hablaba en Israel de Dios como Padre y
se sabía que también es como una madre. El padre y la madre son la experiencia
humana de la representación del origen y de la autoridad, de aquello que
protege y sostiene”
YouCat n.37
Un mundo occidental eminentemente liderado por varones dio
una impronta a la sociedad y las formas de comprender el mundo en las que lo
femenino fue relegado y ocultado. Lo religioso tampoco fue ajeno a esto. Por
una parte, los atributos explícitamente femeninos con los que Israel
experimentó a Dios fueron sistemáticamente olvidados. La paternidad divina,
entendida como “origen y de la autoridad, de aquello que protege y sostiene” al
margen de cualquier comprensión de sexo, fue tornada en la paternidad masculina
propiamente dicha.
Estamos a tiempo de devolverle a Dios lo que es suyo. Un
rostro jánico en el que es la la misma vez padre y madre tal como consta en el
AT.
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Is 46, 3: “Escúchame casa de Jacob, y todos los
supervivientes de la Casa de Israel, los que habéis sido transportados desde el
seno, llevados desde el vientre materno”
Lo primero que tenemos que hacer es olvidarnos de las barbas
y de Dios y concederle también tener cuerpo de madre. Una madre que nos lleva
en el vientre. ¿Os imagináis así en el vientre divino? Qué sentido tiene
referirse a un Dios que habita en lo lejos en las alturas que poco o nada tiene
que ver con las historia humana. Esta imagen del vientre portador nos conecta
con una espiritualidad en la que tenemos que considerar que Dios está en todo y
que en todo está Dios. Como diría Mary Ward “referirlo todo a Dios” como
reflejo del “buscar y hallar a Dios en todas las cosas” de Ignacio de Loyola.
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Is 42, 14 “Como parturienta grito, resoplo y
jadeo entrecortadamente…”
Las que habéis tenido la experiencia del parto, os
reconoceréis en este trance. Retorcidas por el dolor que supone alumbrar la
vida. Dios nos está alumbrando a la vida en cada instante. Si la idea del
vientre materno nos hace rechazar la imagen de un Dios lejano, la del parto nos
conduce a apartar la de un Dios impasible. Dios "sufre" con el mundo, se estremece con él y se implica en su destino.
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Is 66, 10-12 “De modo que maméis y os hartéis
del seno de sus consuelos, de modo que chupéis y os deleitéis de los pechos de
su gloria”
En este itinerario propio de la maternidad, tras la preñez y
el parto, viene la lactancia. ¿Habéis dado de mamar a vuestros hijos? ¿Recordáis
la unión que supone con ellos (incluso hay madres que retrasan el destete)? Es
más ¿recordáis la cara de satisfacción de vuestros niños recién mamados con las
gotas de leche aún en el rostro? Puede este Dios que nos mira como a criaturas
de pecho ser vengador ¿castigador? ¿negarnos a entrar en relación con él?
Por supuesto el padre de Jesús es así. Es el Padre-Madre que
se revela en la parábola del Hijo pródigo. Llamar a Dios Abbá y la forma en que se
relacionaba íntimamente con él eran motivo de escándalo en su entorno judío.
(Extracto de la Charla sobre el Credo en la Escuela de Padres y Madres Bami. Javier de la Morena)
(Extracto de la Charla sobre el Credo en la Escuela de Padres y Madres Bami. Javier de la Morena)